EL
ESPEJO DEL MUNDO
“Estoy segura que debe haber pocas cosas
que le gusten más a una mujer, que comprarse ropa y si alguien piensa otra
cosa, que se atreva a demostrármelo” En eso pensaba Alejandra una tarde fría de
invierno, frente a su negocio preferido que con el cambio de catálogos de
temporada, la incitaba a la tentación. No necesitaba nada de lo que se ofrecía
y sin embargo, terminó comprándose una extravagancia antiecológica de cuero
marrón y cuellos de piel blanca. El sábado, feliz con su corta pollera, sus
tacos altos y la blusa decorada de piel, se preparó para ir a bailar. Sin embargo, como era su costumbre
luego de pasar dos horas frente al espejo sufriendo con la planchita del pelo,
se volvió a mirar y giró, aspirando el
aroma que emanaba de su ropa de cuero entremezclado con un carísimo perfume. Y
de pronto, la luz del velador destellada en el espejo se agrandó y ocupó casi
toda la superficie del cristal como una
estrella en crecimiento. Su imagen desapareció como absorbida por la luz
mientras sentía que todos sus músculos se tensaban, luego se achicaban...
Entonces un impulso violento la transportó por un túnel oscuro hasta arrojarla sobre una superficie blanda. Abrió
los ojos. Lo primero que le llegó fue el inconfundible sonido de pájaros,
insectos y otros animales y los roces de las hojas zamarreadas por la brisa. Sorpresivamente, como en esas
pesadillas en las que no sabemos bien quién somos ni qué rol cumplimos, se dio cuenta, con horror que ahora vivía
dentro de un cuerpo blanco de piel, que obviamente
no era el suyo. Le llevó pocos minutos entender que por un espantoso
sortilegio se había convertido en un
pequeño conejo pastando inocente en la tranquilidad del mediodía. Todo era paz
y quietud... Estrenando esas nuevas y raras sensaciones se puso a analizar cómo
hacer para escapar, o para despertar, si lo que le estaba pasando era sólo un
sueño... hasta que de alguna manera inexplicable supo que otro animal lo estaba
acechando. En el segundo en que sus patas delanteras parecieron alcanzar la
cueva oculta tras el espinillo, sintió sobre sus ancas el violento dolor de
unas garras que arrastraron su cuerpo
hacia las fauces del enorme animal. Alejandra gritó y gritó, sufriendo física y
espiritualmente por el pequeño animal atrapado en la boca del otro, pensando en
lo injusto de su muerte... pero antes de
terminar de entender lo que estaba ocurriendo,
percibió nuevamente esa transmutación increíble del cambio de roles que
suelen poblar nuestras pesadillas, y miró a su alrededor. Ahora, para su
asombro se había transportado dentro del cuerpo de un monstruo de piel marrón
afelpada y suave, un yaguareté, destrozando y masticando la carne del pequeño
conejo.
Casi había terminado de
alimentarse disfrutando el éxtasis de las necesidades satisfechas, cuando las
hojas crujieron y el viento se detuvo. Fue entonces cuando oyó el disparo y el
impacto doloroso sobre su columna. Desesperada, caída sobre el pasto y sin
poder salir del cuerpo del yaguareté, miró hacia el lugar de donde provenían
las voces y trató de explicarles a los cazadores que ella, no era un animal aunque
pareciera estar dentro de la piel de
uno. Pero no llegó a emitir ningún
sonido, sólo alcanzó a ver el ojo oscuro de la escopeta que la miró directo a
los ojos y el impresionante destello seguido de la explosión que la cegó por
completo. Y luego, otra vez sólo el silencio. Omnipresente y total.
Abrió los ojos, ahora sobre el piso helado de su habitación. Por un momento se sintió embargada por un
gran alivio: “Ha sido sólo un sueño” pensó y se incorporó frente al espejo con
el corazón desbocado. Pero lo que vio era tan horrible como su pesadilla. Cubierta de cuero marrón y piel blanca...
pero con sus manos manchadas de sangre... Corrió a lavárselas, y se quitó la ropa, como si por primera vez,
pudiera escapar de la trampa que es el espejo del mundo y la sociedad, donde
sin darnos cuenta vamos construyendo nuestra identidad, sin cuestionarnos lo
que hacemos mal. Perdiéndonos en esta selva de consumismo extremo, de deterioro
irracional de la naturaleza, de absurda egolatría...
Y entonces mirando la ropa de cuero y piel,
arrojada en el piso, tuvo la dolorosa certeza de que quizás ya, nadie en este mundo puede estar seguro, si se convirtió en el cebo, el cazador o la presa.
CRISTINA VALIDAKIS
Cuento ecológico, premiado en el I Congreso Internacional Ecológico Literario
Por la Paz y el Equilibrio Natural - Pehuajó- Abril 2013
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