Cuando un buen día – o tal vez alguna tarde-
sin previsibles avisos, ni estandartes,
de mis oscuras calles, de mis marchitas plazas,
tú , te marches.
Te marches del pasado, del futuro,
y lo que es peor, de mi presente,
y me dejes estas ansias, estas ansias de tenerte...
Cuando un buen día tú te marches,
sólo entonces podré ver
lo que en tu exilio me heredaste:
las flores mustias de tus árboles
-sedientos fantasmas calvos-
que enlutados de otoño vagan
por las tierras que anegaste.
Me quedarán guiñapos de recuerdos turbios
-que a mi pesar se guarden-
donde tus ojos y tu voz ya no se estampen;
caricias y besos inconclusos
y el lloroso colofón de esta historia irrealizable.
Quedará algún plan de inocente cauce,
una propuesta ansiada, no dicha, inconfesable.
Y algún que otro silencio, que culpable,
con la ferocidad de lo callado,
de esperas, agotado, emigró por otras calles.
Y guardaré esta historia
como reliquia del presente,
como reliquia que se archiva,
escolta humilde de la vida,
que por inmortal y clandestina
se torna aún más persistente.
Y aún, cuando un buen día, o tal vez alguna tarde,
tú te marches...
De mis marchitas plazas, de mis oscuras calles...
con tus vientos de siempre, con tus soles en trance.
Aún cuando comprenda
tu adiós irremediable,
me quedará esta historia -reliquia del presente-
y algún que otro insensato, deseo de tenerte
tenaz, tozudo...
oculto...
inconfesable...
CRISTINA VALIDAKIS
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